Es
sabido por todos los presentes que por Historia Local se entiende en la
actualidad la ciencia histórica que tiene como objeto fundamental el
estudio del pasado de una comunidad local o territorio determinado.
Se trata, por tanto, de una fecunda y
antigua especialidad de la tradición historiográfica española, que hunde
sus raíces en los grandes analistas y cronistas tardo-medievales y
modernos, y que alcanzaría para la Provincia de Sevilla un notable
desarrollo cuantitativo desde finales del siglo XIX al primer tercio del
siglo XX.
Esta práctica historiográfica, producto
de una tendencia, sin duda románica y erudita, puramente descriptiva de
la historia más cronológica y de querencia siempre evenemencial y
positivista, se justificaba entonces, en muchos círculos universitarios y
académicos, como el paso previo y necesario –indispensable, mejor-
para efectuar la gran síntesis del conocimiento acumulado, general o
global, a nivel regional o nacional.
Sin embargo, como esta última fase casi
nunca se realizaba por las dificultades técnicas y las limitaciones
científicas de la época o más grave aun por las restricciones de las
fuentes y la heurística local en La Trascendencia de la Historia Local
desorganizados e inaccesibles archivos municipales y parroquiales
básicamente, provocaría hasta mediados del siglo pasado que el tremendo
esfuerzo de "acarreo informativo" realizado por historiadores e
investigadores locales durante decenios mostrara únicamente trabajos
individuales, muy descriptivos y sin ninguna relación entre sí. Lo que
acrecentaría la conceptualización de la historia local como un mero
subproducto cultural, escasamente científico; aunque formara parte,
lógicamente, del conjunto de los valores y las conductas colectivas de
un determinado grupo humano o de una localidad concreta en el espacio y
el tiempo.
La revolución metodológica de mediados
del siglo XX, liderada por la escuela francesa de la Revista Annales,
revalorizó en al década de los sesenta la historia local, apreciando
justamente su denostado sentido evenemencial – la llamada historia
historizante- ante la injusticia de los numerosos ataques de la nueva y
pujante historia social y económica global de articulación marxista.
Los modernos seguidores de Annales
rescatarían definitivamente la historia local del puro costumbrismo, ya a
partir de la década de los setenta y ochenta- lo que en España
coincidió con la transición democrática y el boom historiográfico
municipal- para elevarla definitivamente a una categoría superior; y no
sólo como proveedora de información –en muchos casos perdida- para
nuevos los La Trascendencia de la Historia Local enfoques globales, sino
como laboratorio de modernas ideas y planteamientos metodológicos
relacionados con historia de las mentalidades y la microhistoria, que
redescubrieron en el ámbito local un notable interés científico.
Efectivamente,
la moderna renovación de
la histórica loca debe hoy mucho en primer lugar a la generalización por
los historiadores locales, mayoritariamente de formación universitaria,
del llamado método comparativo; en segundo lugar, a la adecuada
contextualización de los casos individuales en procesos estructurales
globales, y en tercer lugar a la progresiva ampliación de los periodos y
los espacios bajo análisis pasando de lo estrictamente municipal a lo
comarcal; lo que ha permitido a la larga cortejar estructuras y procesos
generales locales en ámbitos sociales y territoriales muchos más
vastos, sin abandonar por ello las estructuras espaciales tradicionales.
De esta manera se ha abierto
recientemente un espacio importante para articular históricamente los
procesos generales y las experiencias locales de un modo coherente y con
rigor científico, acercando el conocimiento y la comprensión histórica a
la vida cotidiana de las personas y a sus hábitats sociales más
inmediatos.
El reciente empuje de la historia local
creo que radica en la aplicación con éxito de estos presupuestos; pues
lejos de dogmáticos narrativos localistas aspira hoy a explicar procesos
coyunturales del presente comarcal insertos en ámbitos estructurales
regionales o globales. En una palabra, pretende acercar la historia a
todas las personas que la protagonizan más allá del municipio, es decir;
a la comarca.
Aquí radica – a mi entender- gran parte del futuro de la veterana Historia Local. Algo que desde la ASCIL siempre se ha tenido muy claro en sus diferentes Jornadas de Historia sobre la Provincia de Sevilla; abundar en el conocimiento local de los procesos históricos comárcales.
Pero en la elaboración de un proyecto de
investigación de esta índole en el campo de la historia local la
elección y la delimitación del espacio y su comunidad no sólo deben ser
fundamentales sino que tienen que ser adecuadamente contextualizados en
el marco de la región.
Y aquí los historiadores locales no dejamos llevar, muchas veces, por un evidente localismo que es preciso superar para no caer en tópicos provincianos, ya desfasados.
Es preciso delimitar científicamente en
que medida las comunidades objeto de análisis se asemejan o difieren de
otras ubicadas en entornos próximos, y si comparten o no modelos
estructurales globales. La comparación es un procedimiento básico para
identificar las eventuales especificidades de la localidad seleccionada,
aspectos claves para comprender la formación y evolución histórica de
las identidades locales. Se trata - a mi modo de ver- de una labor
imprescindible que el historiador e investigador local no debe nunca
minimizar. Comparar es hoy por hoy hacer historia local.
Esta tarea debe verse obligatoriamente complementada, como en cualquier otra investigación histórica,
con una actitud critica con respecto a la cantidad y calidad de la
información documental o bibliográfica recopilada. Es necesario, pues,
no dejarse seducir por la información, aunque pueda parecernos
interesante, incluso original y divertida, pero que en cuanto a la
investigación científica y al objeto de estudio, suele ser en muchos
casos marginal. En consecuencia, se imponte como tarea básica del
historiador local la selección de los datos, pues, aunque valiosos en
otros contextos, no se relacionan con el tema que nos interesa. El
analista local siempre debe estar preparado para descartar buena parte
de las fuentes que genera y recopila. No debemos ser bohemios
coleccionistas de la información histórica, sino simplemente sus
exégetas.
La historia local, examinada a la luz de
lo expuesto más arriba, se nos presenta en el futuro más inmediato como
una opción válida del conocimiento que ha sido reconstruida y reformada
en el nuevo marco del desarrollo reciente de la moderna disciplina
histórica. Las posibilidades disponibles para practicarla son amplias,
polivalentes y variadas. Y los enfoques diversos y multidisciplinares.
Lo ha señalado en reiterada ocasiones investigadores y universitarios
sevillanos de la talla de los profesores Antonio Miguel Bernal y Carlos
Álvarez Santaló.
Sería prolijo por mi parte repetir ahora sus conocidos y sabios argumentos a favor de la nueva Historia Local que están en al mente de muchos.
Sin embargo, hay también peligros,
limitaciones y problemas en la historiografía local. No me refiero a los
ya señalados por mi colega y querido amigo Juan José Iglesia en una
extraordinaria conferencia sobre los <> del historiador local;
sino aquellos relacionados directamente con la metodología empleada y el
producto histórico final.
En este sentido, el problema no
radicaría precisamente en la escala del estudio - local versus global-
sino en el rigor del método de análisis comparado y en la relevancia
científica de los resultados. Pues existe una buena y una mala historia
local, como también existe una buena y una mala historia global o,
sencillamente, una buena y una mala historia, con independencia del
ámbito territorial o temático abordado. La clave de la buena historia
local consiste precisamente en no conceptuarla aislada de su entorno por
un exacerbado celo al terruño.
En efecto, la eclosión de la buena
historia local está progresivamente desplazando a la llamada <
historia desde arriba> por la también llamada , hemos dejado de
atender en exclusiva a las grandes personalidades y a las grades
superestructuras globales para comenzar a preocuparnos primero por
las élites y desde allí por los grupos mayoritarios y anónimos locales,
comarcales o regionales.
De alguna manera, este método
cognoscitivo pretende devolver a las personas anónimas – ágrafas y
analfabetas- como sujeto activo el protagonismo de su historia; lo que
ya apuntaba la alguna historia local decimonónica, tan injustamente
preterida y denostada por muchos ámbitos universitarios. En un mundo tan
globalizado como el nuestro la vuelta al estudio de las personas
singulares y de las comunidades específicas es una saludable tarea. Si
bien la labor del investigador local como historiador no minimiza desde
luego el conocimiento global de los universos mentales generalistas y
estructurales; por el contrario, busca justificarlos y en cierto modo
explicarlos en una red social de comarcas y localidades más modestas y
próximas.
En este sentido, la historia que hacemos
no es cualitativamente distinta de la que elaboran nuestros críticos. A
veces está orientada a la resolución de problemas decisivos y a veces
nos entretenemos y nos perdemos en vicios y corruptelas, como ellos, en
detalles prescindibles. A veces usamos fuente documentales novedosas y
originales, y otras nos limitamos a seguir caminos ya trillados, como
hacen nuestros críticos.
Ahora bien el hecho de trabajar sobre
comunidades reducidas permite un tratamiento más exhaustivo de los
ejemplos y de los temas seleccionados, así como realizar – como ha
venido haciendo desde siempre la historia local- auténticos estudios de
Historia Total, como señalara Pierre Vilar hace ya más treinta años.
Sólo entonces la labor del historiador,
del investigador local, aparece como una forma de rescatar a los sujetos
históricos comunes, que habían sido excluidos de la historia oficial,
salvando del olvido los procesos individuales y sociales del quehacer
cotidiano de una determinada comunidad.
Así pues, se produce entre nosotros –
como entre ellos.- historias locales de buena calidad, de calidad media y
de pésima calidad. Pero – mis queridos amigos- contamos con una notable
ventaja cuantitativa: somas más y progresivamente también mejores. La
ley del número se impone para lo bueno para lo malo. Porque los
historiadores e investigadores locales andaluces – sevillanos en
particular- tal vez no hemos sabido vender el producto de nuestro
trabajo como algo riguroso y serio ante las instituciones publicas y
privadas de investigación o gestión cultura, más allá de los
municipios y las corporaciones provinciales. En este sentido, la
Diputación de Sevilla, Archivo Hispalense y la Casa de la Provincia han
sido una honrosa excepción desde hace ya casi un siglo a favor de la
Historia Local.
Pues un problema grave de la historia
local ha sido y en gran parte lo sigue siendo la difusión y no tanto la
edición de las monografías, actas de coloquios, encuentros, jornadas,
etc. En muchos casos, aun a pesar de una elevada producción, resulta
complicado que estos trabajos lleguen más allá del ámbito comarca y
provincial, ni siquiera a las grandes bibliotecas nacionales.
Últimamente la aparición de los nuevos medios informático- Internet,
sobre todo- ha abierto nuevas posibilidades, especialmente en el campo
de la distribución. Sirvan de ejemplo estas bellas palabras del profesor
de la Universidad de Essex y director de la Colección de Historias
Locales de la Biblioteca Británica de Londres, Sr. Paul Thompso.
Me gustaría hacer ahora un último
comentario sobre la trascendencia de la Historia Local en la actualidad.
La discusión en torno a la historia local, a su papel en la academia y
en la universidad española, sobre su transcendencia social, no deja de
ser ya un puro bizantinismo desde el mismo en que se plantea. Siguiendo
al profesor de la Universidat de Rovira i Virgili de Tarragona el Dr.
Pere Anguera, no he creído nunca- como todos los historiadores e
investigadores locales- que la división correcta sea entre historia
local y nacional. La única segmentación posible es la que separa los
buenos estudios históricos de los inservibles, prescindiendo
absolutamente de su ámbito de análisis.
Ahora
bien es cierto que hay todavía
historiadores e investigadores locales aficionados, mediocres, o
francamente deleznables, pedidos en las rancias metodologías de la
erudición decimonónica más peyorativa, aun no superada por una evidente
falta de formación; pero es igualmente obvio que supuestos historiadores
globales o generales, algunos de ellos bajo altos patrocinios
académicos o universitarios y reiteradamente premiados, llenan de
sonrojo con sus obras a todos aquellos historiadores que con rigor y
tesón elaboran excelentes estudios de supuesta historia local y cuyas
obras son imprescindibles para una mayor comprensión de la evolución
histórica de su comarca, de su comunidad, de su nación e incluso de
Europa.
Y ya para concluir me gustaría cerrar
esta modesta intervención a modo de reflexión con las palabras de uno de
mis grandes maestros universitarios que, como a otros muchos jóvenes de
mi generación, nos inculcó la afición por la lectura y la reflexión
histórica, el profesor Álvarez Santaló:
Historia local para ser
comprendida como la historia de la sociedad, incluyendo los miedos, las
miserias y las vanidades de la sociedad. Historia local anatómica, de organismos
(que son siempre estructuras coherentes) y no de radiografías. Historia
local para entender procesos con sus conexiones y no teselas
descontextualizadas. Historia local de redes significativas que deben
ser descritas pero también explicadas y, sobre todo, tenidas en cuenta;
para apasionarse, no para vociferar, para conocer, no para parecer
conocido. Es decir, historia local, o simplemente HISTORIA.
Muchas gracias.
Manuel García Fernández
Catedrático de Historia Medieval
Universidad de Sevilla
Catedrático de Historia Medieval
Universidad de Sevilla
No hay comentarios:
Publicar un comentario